La fiera

¿Por qué creo que, usted lector, debería leer esto? En primer lugar debe saber que soy una adicta, así es, adicta a las letras, a escribir, es una adicción que se alimenta con mis lectores. Le recomiendo este texto con una palabra que alguien usó para describirlo y que me gustó mucho, es “diferente”, espero lo lea y lo disfrute, dese la oportunidad de leer algo “diferente” y compartir esta adicción conmigo.

Parte 1: Mi primera batalla

Sé que este es el final de un gran comienzo, el gladiador bajó su escudo para contemplar el aplauso de la gente que reconocía la batalla ganada. El olor a gloria entre las multitudes. Se sentía mejor que nunca, se sentía feliz. 

Un niño bailaba entre la multitud, observé su risa, escuché el estruendoso grito que lanzaba a mi favor y me acordé de mí. Tenía tan sólo 8 años cuando mi padre me llevó a ver al gladiador “A-lex, A-lex”, la multitud enardecida, “A-lex A-lex”, y yo gritando mientras bailaba sobre las tribunas “A-lex, A-lex”. Entonces supe que eso era lo que quería hacer, algún día esa multitud gritaría mi nombre. “Tro-ya-no, Tro-ya-no”, aquella tarde era lo que se oía en la tribuna, era para mí; bajé mi escudo para contemplar el aplauso de la gente que reconocía la batalla ganada, el sonido ensordecedor de las tribunas me creo un profundo silencio que me produjo una punzada en el brazo derecho.

El gladiador tenía el brazo bañado de sangre, no era gran cosa, pero aquel líquido escarlata tiende a ser  aparatoso siempre.

Tenía tan cerca su cabeza, no era la primera vez que estaba frente a uno, pero era la primera vez que estaba frente a uno tan grande. Su aliento olía a carne seca, cuando abrió la boca me di cuenta de que aún tenía restos del desayuno entre los colmillos; el olor a muerte era el que se despedía de sus fosas nasales, el rostro imponente, la melena regia como si se tratase de una fiesta de gala… no era la primera vez que estaba frente a uno, pero era la primera vez que estaba frente a uno tan grande, sentí miedo, su enorme garra y su feroz rugido, me tomaron desprevenido y con un zarpazo rozó mi brazo derecho. Desee haber tomado la espada y habérsela clavado  en un astuto movimiento, pero el miedo me paralizó; la euforia y la adrenalina me hicieron reaccionar.

El gladiador tomó su escudo y lo arrojo con  fuerza a la sien del imponente león que le acechaba, clavó su espada en el lomo de la bestia, se escuchó el sonido de la derrota, pero aún no estaba vencido.

Era una carnicería, cuestión de sobrevivencia: o él o yo. Ya lo sabía,  velozmente cayeron sobre mis 82 kilos y mis casi dos metros de estatura, sus 270 kilos y sus 3 metros de largo, me sentí indefenso, de 8 años una vez más, me pregunté: ¿qué es lo que Alex hubiera hecho? Sentí el calor que emanaba de su aliento en el estridente rugido que lanzó a menos de 10 cm de mi cara, no tenía ventaja en peso ni en tamaño, lo único que tenía era el arma secreta del sapiens sapiens, la mente; analicé todas mis posibilidades en unos cuantos segundos, pues cada uno podría costarme la vida. Opción número uno, alcanzar mi espada que estaba a 20 cm de mi extremidad derecha, hábil jugada pero tendría que ser rápido y preciso, además mi mano estaba lastimada. Segunda opción, tirarle una patada al león y aunque no conseguiría arrojarlo, con suerte podría sacarle el aire  y conseguir ventaja de tiempo. Y tercera, dejar que me despedazará en ese preciso instante y dejar de pensar en cómo sobreviviré el resto de mis días, definitivamente era lo más fácil, pero no lo más conveniente.

La multitud estaba aterrada, físicamente imposible hacer algo, el gladiador  estaba acechado, completamente indefenso, su escudo a más de un metro de él y su espada a 20 cm. Con la mano izquierda recogió un manojo de  arena y cubrió los ojos del león con ella.

Me lanzó un fuerte rugido, pero conseguí tiempo; con los pedazos de metal que cubrían mis rodillas lo golpee en la boca del estómago, alcancé mi espada con la mano herida y entre mi desesperación la clave en su pecho. Su mirada se tornó triste y apagada, lastimosa, había perdido el aire imponente, estaba endeble ahora.

Troyano recibió el aplauso de la gente mientras la bestia exhalaba el último aire de vida. “Tro-ya-no, Tro-ya-no”. Aquella fue mi primera batalla, imaginar que toda mi vida iba a ser lo mismo, sometido a un riesgo constante, en la línea de vida o muerte; yo elegí esta vida y si muero en mi próxima batalla, moriré feliz porque estaba haciendo lo que me apasiona. Me ahogaba entre mis pensamientos cuando entre las magnánimas tribunas la vi…